VUELTA AL CAMINO
El año pasado quedé enganchado. Y decidí que el camino de Santiago se convirtiera por defecto en un tiempo para mi, necesario para reencontrarme, re-escribirme y y re-crearme; un tiempo imprescindible del que todos deberíamos disponer, sea en el Camino, sea en otro sitio. Porque es de las pocas maneras que existen de desligarte del patrón diario, de la escliavitud de los automatismos y de la parcialidad de la visión. Y entonces todo se muestra desde lejos, en conjunto, y uno tiene la sensacion de que está viendo por primera vez cosas que siempre habían estado allí, y que la cercanía al hecho había impedido no ya discernir en detalle, sino incluso darse cuenta de que existía.
El camino es un entorno idóneo para vivir múltiples experiencias relacionadas con el crecer. Y por eso, y llevado por la máxima empresarial de que “quien no crece, se estanca, que es lo mismo que ir hacia atrás”, decidí volver este año, y por supuesto, sólo.
Mi manera de volver fue un poco heterodoxa (un peregrino, por norma, lo es). Y es que decidí no llegar a Santiago, sino hacer las 7 jornadas previas a las que hice el año pasado; o lo que es lo mismo: empezar en León y acabar en O’Cebreiro. La meta no sería la catedral: la meta sería yo, y conseguir no pensar en objetivos, sino en vivir el camino día a día, y al día. Dicen que el camino que realiza cada uno es su camino, y que no hay dos iguales. Y a fe mía que es cierto; la magia de esta ruta hace que al final cada persona encuentre lo que andaba buscando, sea esto una respuesta, una pregunta, una persona, una decisión, unas risas, un paisaje, un “abrir los ojos”…..
En mi caso, el hacer 7 jornadas en medio de la ruta del camino se debía sobre todo a algunos testimonios de otros peregrinos que me hablaban de las etapas de antes de Galicia como etapas de más introspección, de menos gente, de más soledad, y por ello con más facilidad para una mayor conexión pura con la esencia trascendente del mismo.
Al final no sé si ha sido así, pero sí he estado más tiempo solo, sobre todo en la parte que llevaba de León a Hospital de Órbigo, después a Astorga y de a allí a Ponferrada Y Villafranca del Bierzo. Y me ha gustado, aunque el Camino, estés donde estés, en el fondo siempre te ofrece la oportunidad de ir solo o acompañado (bien acompañado). Y he de decir que pese a haber pasado más tiempo en soledad, podría definir la experiencia del peregrinaje este año como de relaciones con otros, de valentía y de creatividad.
Relaciones con otros, porque pese a esta soledad buscada, y a diferencia del año pasado, donde encontré (busqué) personas más afines a mi, esta vez he compartido camino con personas muy distintas, y en general extranjeras, de Alemania, Finlandia, Dinamarca, Argentina… aunque también de Segovia, Salamanca, Sevilla…
Y una de mis pautas, de mis deseos, fue aceptar a cada uno como era, inmediatamente y sin excepciones: experiencia nada fácil y muy potente, que permite de golpe vislumbrar lo mejor de cada persona, a fuerza del no juicio. Porque si estoy convencido de algo, se que el Camino saca lo mejor de las personas: No lo crea, puesto que ya estaba ahí, pero sí facilita las circunstancias para que nuestra grandeza personal (de todos) aflore. Había muchas veces en que compartiendo momentos con maravillosas personas, pensaba para mi en qué opinarían en su lugar de trabajo, o en su familia, si les vieran como yo estaba teniendo el privilegio de verles, en su mejor versión, o más bien, en su versión auténtica (tapada en el día a día cotidiano por impostores). Incluso hubo un caso en donde una (ya) amiga comentaba que sus compañeros de trabajo creían que le vendría bien hacer el camino, aunque para que surtiera efecto, tendría que hacerlo de rodillas y hacia atrás, tal era la magnitud del cambio que ellos percibían necesario. Y en cambio yo, sin esa información previa, me encontraba con una persona de bandera, genial, llena de humor y comprensión.
Alguien podrá decir que en circunstancias idóneas todos sacamos nuestra mejor versión. ¿Dónde está entonces la diferencia que marca el camino? En que me parece que los cambios realizados allí perduran, vienen para quedarse, vinculados a la generación de nuevas creencias, y a nuestra identidad. Por eso es tan potente la experiencia del peregrinaje: porque no se queda allí, porque lo importante descubierto vuelve contigo. Y esta vivencia real de experiencias personales profundas que se dan compartiendo con otros, provoca una sensación de camaradería, cercanía y confianza que hace que después de un solo día con personas desconocidas, estas se conviertan en compañeros queridos del camino (y de tu vida desde ese momento). El camino, en sí, es un canto a la unión, a compartir y crecer juntos. Y sólo por eso, merece extraordinariamente la pena.
La valentía. Al vincularte y dejar aflorar tu mejor versión, tu yo auténtico, el miedo se disipa o se atenúa, y uno está más dispuesto a querer ver lo que (en el fondo) no querías ver; y lo que es más importante. Estás dispuesto a actuar en ese sentido. Es como si obtuvieras una dosis de energía extra, suma de honestidad y claridad, y que impele a hacer cosas y tomar decisiones que llevaba uno tiempo sorteando con gran éxito. La diferencia tal vez con otros entornos es que además, esas energía que se obtiene no proviene, como tantas otras veces, de la frustración, o de la ira, o del reproche, o de la injusticia, o del resentimiento. Proviene del amor, entendido este como el respeto total a uno mismo y a otros, y de la aceptación. Se convierte en un paso en el que subyace un corazón en paz y no en guerra.Y la paz es otra de las potentes sensaciones que se viven en el camino.
Creatividad. El tiempo contigo mismo, la naturaleza, el ejercicio, la belleza, hace que gires tu atención hacia el construir, el crear, el idear. Posiblemente en un solo día en el Camino he generado más buenas (excelentes) ideas que en meses. Es como si focalizaras toda tu energía automáticamente hacia nuevas posibilidades, puntos de vista que ya estaban ahí y nunca habías asumido, y además te metes en una espiral donde “ya puestos a crear…” lo haces con entusiasmo, y una cosa va llevando a la otra. Dejamos de lado nuestros rígidos (y realistas) patrones de pensamiento cotidianos, para soñar y dejar la antigua realidad vivida en un escalón más debajo de la realidad con la que vuelves del camino. Y esto sí que abre nuevos horizontes en tu experiencia vital y diaria.
Y por último, y como colofón, la magia. Si hubiera que poner un adjetivo al camino, ese es el de mágico. Los que ya hemos sido peregrinos, lo sabemos. En el Camino, suceden cosas que la estadística no avalaría; continuas casualidades (causalidades). Basta con pedir, que te es dado: Pide lo que realmente necesitas, y sucede. La única manera de comprobarlo es estar allí. El camino es una concatenación de momentos mágicos…
Momentos mágicos que he vivido en este camino:
- La conversación con un pastor y la profundidad de sus pensamientos.
- El agua fresca de una fuente con la cabeza metida debajo del chorro, tras la tremenda subida a O’Cebreiro: una sensación cercana al nirvana.
- Los grandes momentos de risas entre personas que apenas nos entendíamos con las palabras, y donde estas casi no hacían falta. La comunicación de verdad sucede cuando uno quiere, más allá de las lenguas; doy fe.
- Una pequeña ermita en rabanal, una misa en latín, y los cantos gregorianos tras una dura jornada.
- Regalar unos calcetines y curar una ampolla a quien le hacía falta.
- Compartir vino y jamón con peregrinos de otras latitudes, con la intención de que tentaran lo mejor que uno podía ofrecerles.
- Un maravilloso texto escrito para mí en lo alto de Fontebadón, que me esperaba allí para mi cita con el destino.
- La increíble sensación de libertad andando solo por la llanura leonesa, rodeado de campo sin fin.
- Una guitarra, una chimenea y una amalgama de peregrinos de 5 continentes unidos por la música (la que podíamos, en cuantos más idiomas mejor) y el querer compartir momentos.
- La tremenda tormenta creativa que sufrí entre Villafranca y O’Cebreiro.
- Los abrazos verdaderos con la alegría del reencuentro entre peregrinos, compañeros de ruta, extraños una semana antes.
- La majestuosidad de la naturaleza, siempre presente en lo grande y lo pequeño.
- El meter los pies en agua con sal y vinagre en un barreño, al final de la jornada en un albergue rústico, sencillo y acogedor.
- El saludo, “Buen Camino”, continuamente presente.
Y tantos, y tantos otros momentos que se quedan en el tintero…
Pero sobre todo, sobre todo, me quedo con el redescubrimiento cotidiano de la grandeza del ser humano.
Y todo esto está ahí, para quien quiera abrir los ojos y abrirse a la experiencia, en esas mágicas jornadas que te llevan a Santiago.
Porque como dice el poeta sevillano José Mª Maldonado…
“Corto de vista,
quien acaba el camino
como turista”
¡BUEN CAMINO!
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